Juan Negrín

1892 - 1956

Fisiología

Juan Negrín

1892 - 1956

Fisiología

El último día de Juan Negrín 

12 de Noviembre de 1956, París

Juan Negrín sentía, como tantos otros, aquel París con cierto amargor contradictorio. Para él, aquella mesa en la que tomaba café francés intentando no llamar la atención era una cárcel sin paredes y al aire libre. Mientras daba vueltas a la cuchara rozando su taza, ensimismado, le dio por pensar en España. Ni qué decir tiene que echaba de menos el café de su tierra canaria, pero más aún los precios de dicho café. El problema no era vivir lejos de sus raíces, siempre y cuando fuera por decisión propia, pero por desgracia, no había sido así. Nunca lo es.

1906, Las Palmas de Gran Canaria

Juan Negrín Cabrera, padre de Juan Negrín López, repeinó a su hijo con contundencia para camuflar un caracol que tenía en la coronilla. Le apretó suavemente el hombro y le pidió que llevase mucho cuidado allí afuera. Que se convertiría en un gran médico. Que estaban muy orgullosos de sus insuperables calificaciones de bachiller. Que comiese bien, y que ahorrase dinero para el futuro porque nunca sabía lo que podía pasar. Negrín hijo se subió al tren rumbo a Alemania con solo 14 años sin dejar de mirar a sus padres. Y cuando la puerta se cerró y el tren se puso en marcha, sus padres se perdieron de vista y él miró al frente, a las vías, al inicio de su nueva vida científica.

12 de Noviembre de 1956, París

Tras dos sorbos de café, Negrín pensó que no le vendría mal un poquito más de dulzor. Llamó al camarero con un perfecto francés (que bien podría haber sido alemán, inglés u otro de los siete idiomas que dominaba) y pidió un par de terrones de azúcar. Eso le hizo pensar en sus años universitarios y la etapa de doctorado en Leizpig, donde aportó un nuevo procedimiento microanalítico para la determinación de glucosa en sangre. Mientras se disolvían los terrones, Negrín se sintió mal de nuevo. No podía evitar entristecerse al pensar que, en aquella época, solo le preocupaba la ciencia y su país… pero la guerra no entraba entre sus planes. Se preguntó cómo, en la práctica, podía ser lo mismo irse fuera que exiliarse y, a la vez, significar cosas tan diferentes.

1915, Leizpig 

Para Ernst Theodor von Brücke, Negrín era uno de los discípulos más brillantes que habían pasado por esa universidad. Por eso, cuando maestro y alumno se apresuraban juntos hacia un taxi, Ernst no pudo evitar manifestar su tristeza. Negrín tenía la sensación de debérselo todo a ese hombre envejecido que le miraba meter su equipaje en el maletero del automóvil. Él le había transmitido una pasión por la fisiología que ya se había vuelto latente en su corazón. Sus pesquisas sobre las variaciones del contenido cromófilo de las cápsulas suprarrenales fueron apasionantes. Y su carrera meteórica había crecido tanto en solo seis años, que Ernst veía a Negrín como a un científico capaz de todo. Pero la Primera Guerra Mundial había empezado y, tras el cristal, Negrín se despidió de su maestro y abandonó Alemania rumbo a España. Volvía siendo Doctor en Medicina y profesor en fisiología.

12 de Noviembre de 1956, París

A medio café, Negrín pensó que sería buena idea pasar a comprar algunas flores a Feli, su compañera de vida. Feli López de Dom Pablo era una chica de apellidos imposibles, preciosa y encantadora, que había pasado con él los últimos 30 años. Para Negrín, eso ya era algo que la santificaba, porque no lo consideraba una hazaña fácil. Hazaña era una palabra que le traía recuerdos tristes, sobre todo si le quitabas la letra h. Pero movió rápidamente la cabeza como si se estuviese limpiando el polvo de los ojos, y olvidó el tema con un buen sorbo de café francés. «Flores para Feli, sí. Le harán ilusión». 

1916, Madrid 

El lugar estaba atestado de expectantes figuras de gran importancia en el ámbito científico. No en vano, se fundaba el Laboratorio de Fisiología General de España. Y él, Juan Negrín López, había sido solicitado por don Santiago Ramón Santiago y Cajal para ser su director. La ceremonia de inauguración estaba repleta de lujos. Una cena maravillosa, unas conversaciones enriquecedoras, y una preciosa María, esposa de Negrín, que había decidido que la ocasión merecía lucir sus mejores galas. Negrín sintió esa excitación que ya experimentó cuando abandonó España, esa extraña sensación de que el futuro aún estaba por escribir. Puede que los laboratorios estuviesen en el sótano de la Residencia de Estudiantes (según decían, por falta de espacio), pero la luz ya la arrojarían los futuros de Negrín, entre los que estaba Severo Ochoa. 

12 de Noviembre de 1956, París 

Cajal, Ochoa… desagradecidos. En fin, en el fondo sabía que no podía estar enfadado con ellos por siempre, pero no podía evitar sentir rencor desde que se enteró de la opinión que ambos tenían de él como profesor. «Explicaba mal», decían. «Suspendía mucho», comentaban. Claro, ellos no han tenido que pasar por lo que pasó él. Y entre todos estos pensamientos le dio un trago al café y vio que ya quedaba poco. «Me estoy haciendo mayor», pensó. Y aquello de Cajal lo llevó a recordar su expulsión del Partido Socialista y lo injusto que habían sido con él en su propia tierra. 

1919, Madrid 

Miraba aquella biblioteca del Instituto de Fisiología de España durante mucho tiempo sin parpadear. Le hacía feliz. Le llenaba de orgullo haberla parido desde el principio hasta el final en esa actitud propia de Negrín, esa forma de ser decisiva y coherente, que lo llevaron a cometer errores, sí, pero siempre pensando en un bien mayor y siempre por pensar que estaba haciendo lo correcto. Esa biblioteca no fue ningún error, eso estaba claro. En esas sillas, sus alumnos se sentaban para tomar café y tener charlas distendidas sobre los últimos avances en medicina, o sobre cómo resonaba Santiago y Cajal como el nuevo gran científico del lugar. A Negrín le hacía feliz esa biblioteca. Entre ciencia, libros, páginas y laboratorios. Pero tuvo que ser presidente del gobierno de la II República. Y tuvo que enviar oro español republicano a Rusia. Porque a Juan Negrín no le importaba lo que pensaran, él decidió que hacía lo mejor por España. Aunque eso fuese mucho después, porque tocaba disfrutar de la ciencia, y de su biblioteca. 

12 de Noviembre de 1956, París. 

Un par de sorbos de café más e iría a comprar las flores prometidas. Como cada día, a Negrín le llegó la hora de torturarse mentalmente con las injurias sobre su persona. Las decisiones que tomó como socialista, político y presidente del gobierno de la II República, pudieron no ser las más acertadas, pero lo hizo pensando en un bien mayor, más allá de sus intereses personales. Esta es una costumbre muy propia del buen hacer científico. Lo que más le dolía eran las difamaciones que lo acusaban de dictador. Él, una de las personas que no podía permitirse simplemente estar en su hogar, víctima de un régimen dictatorial. Siempre se convence a sí mismo de que tuvo que enviar todo ese oro republicano a Rusia. Que había que protegerlo de los sublevados… que… que tal vez debería haber aceptado ese importante cargo en Alemania y haber permanecido allí a pesar de todo. Y entonces dio otro sorbo de café. 

1920, Madrid 

Se subió al atril.  Se presentó. Leyó el título de su segunda tesis doctoral delante del tribunal. El tono vascular y el mecanismo de acción vasotónica del esplácnico. La defendió durante una hora con determinación, y su calma sorprendió a cada uno de los miembros que lo juzgaban. Aquel día, el doctor Juan Negrín López, sería doctor por segunda vez y, poco después, conseguiría relacionar la glucosuria con los niveles de adrenalina. Aquel día fue maravilloso, y se sintió más arraigado a su país que nunca. Pero nada de esto impidió su exilio. No había ciencia posible en aquella absurda guerra. 

12 de Noviembre de 1956, París. 

Otro sorbito de café. No quería terminárselo. Tenía la sensación de que no se encontraba demasiado bien. Tal vez tuviese que ver con esa afección cardiovascular que le habían diagnosticado siete años atrás. Se acabó el café y volvió a echar de menos su hogar. Pensó en los lugares que le habían acogido que desde que se exilió: París, Inglaterra, América latina… Tan lejos y tan cerca, porque nunca había dejado de luchar por la República. Nunca. Y a pesar de que lo vilipendiasen sus propios compañeros, no dejó de hacerlo. Pensó que lo importante no era él, era España al fin y al cabo. Así que se levantó sonriente, entero, decidido a comprar sus flores. Decidido a todo lo que fuese necesario. Algo poco común, eso de ser decisivo. 

El corazón de Juan Negrín, que tanto había soportado, se rindió aquel día. Sus últimas palabras las utilizó para dejar bien claro que, en su lápida, solo quería tres letras: J.N.L

Porque lo que es innegable es que Juan Negrín López nunca necesitó gloria. Que como buen científico, solo necesitó ciencia. 

Ilustración para Ciencia de Acogida por Luis Armand

Referencias

—Sergio Millares Cantero, Francisco Martínez Navarro, Emigdia Repetto Jiménez, Agencia Canaria de Investigación, Innovación y Sociedad de la Información (ACIISI), 2007, Juan Negrín López: Biografías de científicos Canarios. Cam PDS Editores S.L.