Marthe Vogt

1903 - 2003

Chemisty

Marthe Vogt

1903 - 2003

Chemisty

Compañera de viaje

Subo corriendo las escaleras, debo hacer la maleta a toda prisa. Meto algo de ropa, aunque no sé muy bien de qué tipo llevarme, ni siquiera cuánta. Algo para el aseo, y, por supuesto, la libreta y el boli que me acompañan desde que cumplí los 14 años. Fue un regalo de mi padre, y aún recuerdo sus palabras: «Amina, escribe, escribe todo lo que aprendas para que lo puedas enseñar al resto del mundo». Y eso empecé a hacer: escribir, escribir y leer. Sobre todo de mujeres valientes, que como yo vivían o habían vivido una situación difícil, para poder aprender de ellas y poder enseñar al mundo todos aquellos ejemplos.

Parece que fue ayer cuando empecé a buscar en la Biblioteca de Alepo, rodeada de gente, información para escribir el que iba a ser mi último libro: Mujeres e investigación. ¡Y ya han pasado 6 años! Seis años de lecturas apasionantes sobre ciencia e historia, recogidos en esta preciosa libreta. Solo debía encontrar un ordenador para poder publicar el texto en una nueva editorial, pues la casa con la que trabajaba ni siquiera estaba en pie, ya no existía, había quedado sepultada bajo los escombros de una guerra que llevaba con nosotros todos estos años. Esta libreta que tengo ahora en mis manos... no, mejor no va en la maleta, la libreta viene conmigo. 

Salgo de mi hogar y cojo el autobús que ha pasado por la puerta y que va a llevarnos a un lugar más seguro, no se muy bien donde, pero me fío. La puerta del viejo autobús azul se abre y subo despacio los tres peldaños, no quiero mirar atrás... el pasado ya no importa.

Para amenizar el viaje abro de nuevo las páginas amarillentas, que desprenden un aroma húmedo a tinta, las últimas todavía frescas, y comienzo a leer. De entre todos los nombres que escribí, uno siempre aparece subrayado, es el suyo: Marthe Louise Vogt, aquella alemana valiente que, al igual que yo, tuvo que abandonar por decisión propia su país a causa de una guerra

Una mujer como ella debió tomar muchas decisiones a lo largo de su vida. Y más cuando Marthe Vogt fue una persona tan longeva, nada menos que vivió 100 años, habiendo nacido ocho años antes del Nobel de Química a Marie Sklodowska Curie, en 1911, y fallecido tan solo dos años después del atentado a las Torres Gemelas, en 2001. No era de sorprender que esta alemana nacida en Berlín se decantara por una carrera científica. Sus padres, Cécile y Oskar Vogt, fueron, y aún se consideran, dos importantes investigadores en el campo de la neuroanatomía. El ambiente familiar le llevó a estudiar medicina en la Universidad de Berlín, donde años más tarde se doctoró en química. Algo que me sorprendió, ya que era muy difícil para una mujer alcanzar esos logros.

Cécile y Oskar Vogt

A principios de 1930 se dedicó a la farmacología y, con tan solo 28 años, fue nombrada jefa de la División Química del Instituto de la Ciencia del Cerebro (Kaiser Wilhelm Institut fur Hirnforschung), en Berlín, centrando su trabajo en el estudio del Sistema Nerviosos Central y los efectos de varias drogas en el cerebro. 

De repente, comienzo a notar como el autobús cambia de velocidad. Ya no se escucha el crujir de los escombros al paso de sus ruedas, hemos debido salir de la ciudad. Además, está anocheciendo y en el cielo puedo ver los destellos que dejan a su paso los cometas bélicos. No sabemos quién los lanza, solo que no caen del cielo, y ojalá fueran estrellas de verdad, como las de los cuentos. Cierro los ojos e imagino que puedo volar, llegar lejos, deseando que acabe ya el viaje que ha empezado hace unas cuantas horas.

Aún no ha debido salir el sol pero me despiertan los gritos. Gritos de alegría, de llanto, noto cierta confusión. Hemos debido llegar a nuestro nuevo destino, Idlib según puedo escuchar entre tanto jaleo. Pero, ¿dónde está? ¡No la encuentro! Al dormitar anoche debí dejar caer mi libreta, debo recuperarla… Unos soldados armados me obligan a bajar del autobús, pero no encuentro mi historia. Les pido ayuda pero no entienden mi idioma. ¡Quién hubiera sido como Marthe Vogt, conocedora de tres lenguas, alemán, francés e inglés! Nerviosa, me dirijo con el resto de pasajeros, en fila india, al lugar que espero sea mi nuevo hogar, al menos por un tiempo.

Al mirar atrás pienso, ¿dónde quedará Alepo? 

Dicen que a Marthe le aterró la lectura del Mein Kampf de Hitler, y que cuando él fue elegido canciller en 1933 decidió huir. Ella es considerada, junto con otros científicos, uno de los regalos de Hitler, que así es como llaman a los científicos alemanes que huyeron del nazismo, pues decidió abandonar Alemania sin ser judía, hecho que en principio no les hacía temer por su vida, solo por detestar el nazismo. Su billete de salida de Alemania y de entrada a su nuevo país, Inglaterra, fue una beca Rockefeller que le permitió trabajar en el grupo de Sir Henry Dale en Londres, fisiólogo inglés que recibió el Nobel de Fisiología o Medicina en 1936 gracias a un trabajo sobre la liberación de acetilcolina de los nervios a los músculos, la química básica del movimiento, trabajo del que Marthe Vogt formaba parte del equipo.

Sir Henry Dale. Wellcome Images.

Pero la situación de esta mujer no era sencilla. Tras su trabajo en Londres, en 1938 se desplazó a Cambridge donde se le concedió un doctorado honorario en farmacología y fisiología. Aunque debía volver a su país de origen al finalizar su beca ella renunció a su puesto, no quería volver nunca, y su nuevo jefe, E.B. Verney, le concedió otra beca para que pudiera seguir investigando allí. Teóricamente, con esta nueva beca podía quedarse investigando en Inglaterra hasta 1940, pero en 1939, con el estallido de la II Guerra Mundial, tanto ella como muchos de sus compañeros que abandonaron Alemania para ir a Inglaterra o Estados Unidos, aun no siendo judíos, fueron categorizados por los tribunales como enemy aliens o enemigos desconocidos. De hecho, debido a su trabajo como investigadora, los servicios de inteligencia descubrieron que era miembro de los conocidos como «German Workers Front» porque técnicamente estaba de acuerdo con las ideas del gobierno alemán y eso hacía que de manera automática estuviera en dicha lista. Sin embargo, su petición de dimisión no fue aceptada por los oficiales nazis y eso le llevó a ser citada frente a los tribunales británicos y a formar parte de los enemy aliens de categoría A, lo cual implicaba un encarcelamiento inmediato. Sin embargo, tuvo la suerte de poder contar con la ayuda de sus amigos, entre ellos E.B. Verney y Sir Henry Dale, que ayudaron a que Marthe fuera recategorizada como friendly alien o amigo desconocido, de forma que fue puesta en libertad y pudo pasar más años investigando de una manera muy fructífera en el que era su nuevo hogar: Cambridge. De hecho, realizó numerosas contribuciones en el campo de la hipertensión y estudiando la función de las glándulas suprarrenales. 

Miro a mi alrededor y me pregunto, ¿a quién encontraré dispuesto a ser mi amigo? Ahora mismo solo veo tristeza, cansancio, hambre y desesperación. Ha sido un viaje largo y, aunque muchos hemos salido de nuestro hogar de manera voluntaria, ni siquiera sabemos dónde vamos. ¡Cómo me gustaría poder llegar a Europa! Visitar Cambridge y Berlín, y tantas otras ciudades… Pero he de ser realista, y mi objetivo principal está en mi libreta, ahora perdida. Me pregunto de nuevo a mí misma... ¿para qué te habrás ido?

Está claro que tras la guerra a Marthe no le fue tan mal. En 1947 obtuvo la plaza de profesora de farmacología en la Universidad de Edimburgo, donde sus investigaciones sobre neurotransmisores le llevaron a publicar un trabajo junto al también alemán William Feldberg, trabajo que suponía la primera evidencia de la acetilcolina como neurotransmisor. Aunque ejerció de profesora visitante en varias universidades, en 1968 se trasladó a Cambridge de manera definitiva, su nuevo hogar, como jefa de la unidad de Farmacología del Instituto Babrahan.

De entre todos los méritos, honores y sociedades de las que fue miembro, destaca el año 1952 en el que fue nombrada miembro de la Royal Society, siendo la novena mujer hasta la fecha en formar parte de dicha sociedad. Dos años después escribe muchas de sus publicaciones más importantes, centradas en el maravilloso mundo de la química del cerebro.

Emociones, sentimientos, moléculas encargadas de que todo lo que está pasando por mi cabeza suceda. «¿Amina? ¿Te llamas Amina?». Oigo de lejos mi nombre. Un soldado se acerca, a un paso rápido, hacia mí. Adrenalina y noradrenalina, cuyo papel como neurotransmisores publicó Marthe en 1954, están ahora como locas por todo mi cuerpo. Nerviosa, decido acercarme a él. «Sí, soy yo. ¿Qué ocurre?», respondo. Sin decirme mucho más mete la mano en el bolsillo de su capazo y saca algo para mí. «Toma, creo que la buscabas antes en el autobús. Es una historia preciosa. No he podido evitar leerla. Seguro que llegas muy lejos como escritora», dice y me sonríe antes de dar media vuelta y desaparecer entre la multitud.

No puedo creerlo. ¡Mi libreta! ¡No puedo describir lo que siento! Esa sensación de reencuentro, tranquilidad… Es como reencontrarme con un ser querido, con mi padre. Abro sus páginas para olerlas de nuevo y leo las líneas donde escribí sobre el regreso de Marthe Vogt en 1988 a La Jolla, California, para vivir con su hermana pequeña Marguerite, la eminente viróloga que trabajó junto al premio Nobel Renato Dulbecco en el Instituto Salk. Cojo el boli y añado lo que debió sentir. Felicidad. Reencontrarse con alguien siempre es motivo de felicidad. Puede que haya abandonado Alepo, pero estoy segura de que habrá reencuentros.

Marthe y Marguerite Vogt. Wellcome Images.

Bibliografía

Marthe Louise Vogt. Biographical Memoirs Fell. R. Soc. 2005 51, 409-423, 2005.
Marthe Vogt. The Telegraph, 2003.
Marthe Vogt, una investigadora simpática. Quique Royuela, Principia, 2016.