Bernard Katz

1911 - 2003

Fisiología

Bernard Katz

1911 - 2003

Fisiología

El refugiado de las cuatro libras

Desarrollar estratagemas para timar a los nazis o pasarse por partes innombrables sus ridículas leyes debió de ser en su momento una gran satisfacción para cualquier judío o, en general, para cualquier persona de bien. Así empezó la carrera científica de Bernard Katz. Corría el nefasto año de 1933 cuando su tutor en el mundo investigador en la universidad de Leipzig, Martin Gildermeister, contó a la oficialidad fascista que no entregaría el premio académico al estudiante que lo merecía, Katz, por tratarse de un judden, pero le pasó de tapadillo la cuantía del premio sin que se enterasen los followers mentecatos del dictador que acababan de llegar al poder.

Katz había nacido en Rusia pero había vivido desde niño en Alemania donde, a pesar de la cada vez más evidente presión racista sobre los judíos, había podido aprender un poco de todo, lo ideal para que el chaval tuviese intereses diversos. Conocía las lenguas clásicas y era un monstruo jugando al ajedrez pero, finalmente, se decidió por el estudio de la medicina. En ello estaba, y a juzgar por el premio haciéndolo bastante bien, cuando la situación empezó a tornarse insostenible y tuvo que huir para salvar el pellejo ayudándose de la complicidad de su tutor (el estafa-nazis del que hablábamos antes) que le escribió una carta de recomendación para que viajara a Inglaterra. Y allí se presentó Bernard, con cuatro libras en el bolsillo (y esto es exacto) para integrarse en el laboratorio de un auténtico gentleman, el biofísico y ganador del Premio Nobel Archibald Hill, una eminencia en el campo de la biofísica y, aún más importante, un impulsor de la acogida en Gran Bretaña de los perseguidos por motivos raciales que huían de los distintos fascismos europeos. Allí completó Katz su tesis doctoral aunque la tranquilidad duró poco tiempo, pues los autoritarismos habían convertido aquellos años en tiempos turbulentos y la Segunda Guerra Mundial obliga a todos los ciudadanos británicos (y Katz Bernard ya lo era) a participar en los esfuerzos bélicos. La guerra le pilla a nuestro Bernard en Australia llevando a cabo una estancia investigadora y dados sus conocimientos en Física se le destina a la supervisión de una estación de radar en Nueva Guinea en la que se dedica a vigilar los cielos en busca de aviones del eje fascista durante cuatro años.

Bernard Katz

A su vuelta de la guerra, otra vez en Londres, Bernard dedicará sus investigaciones a estudiar un asunto que le fascinaba: escudriñar cómo las órdenes viajan del cerebro a los músculos para permitirnos desarrollar nuestras actividades y, más en concreto, a intentar entender el paso de los impulsos nerviosos desde el cerebro a las fibras musculares. En ese momento ya se conocía que no existía una conexión física entre la fibra nerviosa (por donde viajan a toda mecha las órdenes de nuestro ordenador central) y las fibras musculares y se pensaba que la conexión era motivada por la liberación de sustancias químicas. Cuando la señal llega al extremo de la fibra nerviosa se libera una sustancia, la acetilcolina, que consigue estimular al músculo que, en ese momento, obedece al contraerse las fibras musculares. Como si fuera un electricista de humanos, Katz exploró este fantástico mecanismo biológico y descubrió, junto a sus colaboradores, que al liberarse la acetilcolina se abrían poros (canales de iones) en las fibras musculares por los que viajaban los compuestos (sodio principalmente) que permitían el paso del impulso eléctrico que a su vez provocaba la contracción del músculo. Las aplicaciones de estos descubrimientos son infinitas (enfermedades neurodegenerativas y trastornos musculares, entre otros) habiéndose demostrado posteriormente la validez de sus descubrimientos en las transmisiones sinápticas en el cerebro. Además, los trabajos de BK (así le llamaban en su laboratorio) han sido imprescindibles para el desarrollo de fármacos utilizados en el tratamiento de desórdenes relacionados con la transmisión nerviosa. Por todos estos fabulosos hallazgos, Katz, que 40 años antes había aterrizado en Londres con cuatro libras y prácticamente sin hablar inglés, fue galardonado con el premio Nobel de Medicina o Fisiología en 1970 junto a Julius Axelrod y Ulf von Euler. Su acogida en la capital británica, salvó a BK de una muerte altamente probable a manos del fascismo y ayudó a la humanidad a conocer algo tan esencial y mágico como el mecanismo que me permite en estos momentos acabar de teclear este artículo. Cada refugiado acogido es una opción más de un porvenir fantástico de descubrimientos y creaciones de todo tipo pero, sobre todo, la posibilidad de devolverle su vida a una persona.