Dolors Canals i Farriols

1913 - 2010

Medicina

Dolors Canals i Farriols

1913 - 2010

Medicina

Vanguardia pedagógica y guarderías de guerra.

Sentada en una poltrona de guata, con las esbeltas pantorrillas cruzadas, la mirada soñadora y contenta y un pañuelo de lunares al cuello, Dolors se deja atesorar su mano izquierda por la mano robusta de su marido, el pintor Joan Junyer, que se apoya, casi en equilibrio, sobre el brazo del mismo sillón. Solo Joan, serio, nos mira. Ella le huye al fotógrafo la mirada: la ha inmortalizado distraída, con una mueca pícara, la frente despejada; el cabello, negro y brillante y la media sonrisa de quien está recordando un pequeño tesoro.

En las fotos, años y años de fotografías compartidas, es normal encontrarlos así, guapos, satisfechos, juntos, codo con codo, serenos, felices, con un gesto de complicidad y dicha.

Dolors Canals y Joan Junyer forman una pareja atractiva y risueña, culta, una pareja que, a su casa luminosa del barrio de Vallcarca, invita asiduamente a Pablo Picasso, Rafael Alberti, James Joyce o los Miró, un matrimonio que suele llegar cargado con bandejas de cocarrois, las deliciosas empanadas mallorquinas que cocina Pilar Juncosa, esposa de Joan Miró.

Joan Junyer y Dolors Canals en el Moma (1945). Foto: ARXIU.

Dolors Canals i Farriols, una chica bien del Eixample, hija de un ingeniero y empresario textil y nieta de médico, una estudiante (y una estudiosa) de Medicina de carácter decidido y belleza solar, había conocido a su pareja y amigo, apenas cumplidos los 23 años, en el verano del 36, cuando empezaba la guerra de España, durante una exposición de arte gótico que uniría sus caminos para siempre. Se casarían en el 38.

«Una vida, / Dues vides,/ Quantes vides teniu vós? / Vós teniu la meva vida / I la vida de tots dos», le escribiría Junyer, enamorado.

Para entonces, Dolors era ya una científica apasionada por comprender cómo crece y cómo se empapa de vida un niño, el fascinante horizonte de descubrimiento, maravilla y fatiga que alienta los más pequeños. Dolors, que no tendría hijos. «No eran tiempos para tenerlos», comentaría, ya en el siglo XXI, a la periodista Esther García Tierno.

Dicen que, huérfana de padre desde los 5 años, el amor por la ciencia, y la vocación de curar se las había inculcado su abuelo materno, el doctor Farriols. Dicen que, cuando ella tenía 12 años, después de un viaje juntos a París, durante el que Dolors hizo de intérprete, fue precisamente su abuelo quien le regaló su primer microscopio. Que gracias a él, a su esmerada formación con las religiosas del Sacre Coeur, y al ambiente de libertad y progreso tolerado por su familia y auspiciado por la República de Maciá, estudió Medicina y Enfermería, y se especializó en Puericultura. «En lugar de ir a jugar al tenis, me iba al Clínico y estudiaba, sin informar a nadie».

Retrato de Dolors Canals i Farriols (1933).

Con su carrera académica truncada por la guerra civil (no se ponen de acuerdo las biografías sobre si terminó sus estudios médicos o los dejó a medias), Dolors Canals i Farriols se puso al servicio de la Generalitat y, técnico del Departamento de Asistencia Social, pronto se hizo responsable de la modernización radical del sistema de guarderías y escuelas maternas de toda Cataluña y la región del Ebro y Pirineos.

«Durante los bombardeos en Barcelona todos corrían al sótano menos mi madre y yo, que nos íbamos a la azotea: ‘No quiero morir entre escombros, decía, prefiero verlo’».

La guerra se había llevado a los hombres al frente, a las madres a las factorías, y hacía falta una moderna red de escuelas de infancia que atendiese a los más pequeños. De idear el sistema de escoles bressol (literalmente escuelas cuna), un sistema admirado internacionalmente por su metodología vanguardista y su rigor científico, iba a encargarse Dolors Canals. Autonomía, libertad, estímulo… son palabras claves para la estudiosa. Cree ciegamente en que una mejor educación traerá una humanidad mejor. «Adelante el Futuro, con la participación de todos», escribiría, con un planteamiento similar en el fondo al de grandes damas de la pedagogía que, unas décadas antes, han empezado a sacudir los cimientos de la educación precoz, mujeres como la italiana María Montessori.

«¿Yo una pionera? No tanto: los pingüinos hace millones de años que tienen guarderías».

Dolors observa, estudia, escribe. Quiere entender, y ponderar, la relación entre genética y cultura: «La cultura, lo que les transmitimos, tiene tanta influencia que puede llegar a desviar la expresión genética».

Su primer artículo científico recoge su experiencia en las guarderías o los nidos de guerra: Efectos de la estimulación sensorial sobre la actividad muscular de los niños de un año.

La victoria franquista en el 39 la traslada a París. La amenaza fascista sobre Europa a Santo Domingo apenas unos meses más tarde. Allí se arremanga como docente y con cooperaciones siempre fructíferas, con la Escuela de Enfermería por ejemplo.

En 1940 reside en Cuba, donde trabajará en el Hospital Calixto García de La Habana y donde colabora con el Boletín de la Asociación Cubana de Pediatría.

En 1941 se traslada con su marido a Estados Unidos. Según recoge la prensa muchos años después, la pareja lleva en el bolsillo una carta de recomendación de un amigo que les ayuda a conseguir el visado, la firma Ernest Hemingway. Empieza la Segunda Guerra Mundial y, el 7 de diciembre de 1941, aviones japoneses bombardean Pearl Harbour y la patria que preside Franklin D. Roosevelt entra en el conflicto.

Dolors Canals i iFarriols se pone a disposición del Gobierno de Washington que, conocedor de su experiencia durante la guerra española, va a encargarle la organización y gestión del Centro Piloto de Guarderías de Guerra en Nueva York.

A la española le interesa sacudir la pedagogía de la primera infancia de conceptos obsoletos. El niño, incluso el niño muy pequeño, es una persona en todas sus dimensiones y debe ser tratado como tal, con pleno respeto y plena admiración, como un ser ético y lleno de posibilidades, que quiere superarse e ir conquistando autonomía y responsabilidad, que tiene derecho a ser libre y pleno, a huir de la banalidad… cuyo desarrollo motriz es clave. En el movimiento, según analiza pormenorizadamente Dolors Canals, el niño descubre el mundo y se relaciona con las cosas, las aprehende: «los niños son los atletas más perfectos», sostiene. En una relación libre y sana con sus iguales y con los adultos el niño crece. Se merece lo mejor, inspiración y excelencia: «Una buena escuela para la franja de 0 a 3 años debe recoger una representación de la mejor cultura actual. Porque así estará en posición de incidir en el futuro, en lo que vendrá», dejaría escrito.

Escuela municipal Dolor Canals. Fuente.

Dolors continúa estudiando y, volcada en la divulgación, presenta, durante nueve años (del 44 al 53), un programa de radio en la CBS sobre puericultura, educación y cuidados de la infancia. Cree que los niños pueden enseñarnos muchas cosas:

«Tienen capacidades no reconocidas para pensar por su cuenta. Son pequeños científicos que requieren un mundo amplio a su alrededor para desarrollarse (…). Llegan a un mundo de adultos y aprenden a adaptarse y a adquirir de éstos lo que necesitan. A los 3 meses identifican fonemas y expresiones faciales de otras especies, a los 9 meses pueden hacer una huelga de hambre y a los 2 años, un sabotaje que altere a esos adultos todopoderosos».

Entre 1963 y 1972 trabaja en la editorial International Publications, donde dirige el departamento de Medicina.

Ilustración de Nuria Rodríguez para Ciencia de Acogida.

En Nueva York, los Junyer-Canals son amigos de Dos Passos, Léger, Le Corbusier… Pero les queda la nostalgia de España y, a la muerte del dictador, empiezan a hacer viajes cada vez más frecuentes a Barcelona. En 1976 se instalan en su villa de Vallcarca, cedida temporalmente al consulado danés y que acabarán donando al Ayuntamiento de Barcelona.

En 1989 crean el primer Centro para el Desarrollo Humano de 0 a 3 años en su patria chica, una institución dedicada a la investigación, documentación y formación de maestros y puericultores. Cuatro años después, Dolors publica una monografía dedicada a la Educación Física, del nacimiento a los tres años.

No deja de trabajar e investigar: «No estoy de acuerdo con eso de tercera edad —aseguraría en una contra de La Vanguardia publicada en 2002— reivindico que después de los 80 años exista la categoría de longevo».

En 1994, en el Hospital del Mar, muere su esposo, pintando hasta sus últimos días.

Dolors fallece 14 años después, el 31 de marzo de 2010, con 97 años cumplidos. Soñadora, idealista y tenaz hasta final: «Hay una revolución pendiente de los niños que ya ha empezado. Estudiándolos a ellos vemos que la joven especie humana tiene grandes posibilidades».