De Madrid a La Habana, huyendo de la epidemia fascista
Cuando en 1936 estalla la guerra civil se da por terminada la Edad de Plata de la ciencia en España. Con la victoria militar, los científicos del bando republicano son expulsados de sus cátedras en el llamado proceso de depuración de la universidad y forzados al exilio. Gustavo Pittaluga Fattorini (Florencia, 1876 — La Habana, 1956), médico, parasitólogo, pionero hematólogo y diputado de las Cortes republicanas personifica la sangría del capital intelectual que vivió la España franquista.
Pittaluga es un joven médico italiano cuando acude a al Congreso Internacional de Medicina de Madrid para presentar sus investigaciones sobre la epidemia de la malaria en España. No es su primera vez en la capital, ya que desde hace dos años visita el país para trazar el primer mapa de la distribución de malaria en Madrid, Barcelona, Valencia, Guadalajara y Baleares. Entre la audiencia se encuentra Santiago Ramón y Cajal, quien muestra tal interés por sus investigaciones que lo invita a trabajar con él en el Instituto Nacional de Higiene Alfonso XIII, del cual Ramón y Cajal es director. Pittaluga acepta —y además decide nacionalizarse español— e ingresa en 1905 como jefe del servicio de desinfección del Insituto. Esta sera la única vez que emigra por motivación propia. Dos exilios políticos le esperan, los cuales no frenan su actividad científica ni aplacan su ideología, solo contribuyen al letargo de la ciencia nacional. Pero esto Pittaluga ni lo sospecha.
Por aquel entonces se acaba de crear la Junta de Ampliación de Estudios e Investigación (más conocida como JAE), un organismo simiente en el despertar de la ciencia en España que destaca por estimular la colaboración entre universidades españolas y extranjeras. Él se cuenta entre los científicos internacionales fichados gracias a la JAE y pasa a formar parte de la generación de investigadores españoles en el prometedor panorama científico nacional del primer tercio del siglo XX, la llamada Edad de Plata. Pronto se casa y forma una família, despegando así su comprometida y prolífica carrera científica en España.
Pese a que su formación previa en Roma se ha centrado en el estudio de la malaria, en Madrid amplia su campo de investigación a distintas epidemias que afectan la salud pública como el cólera, la gripe, el dengue, la leishmaniosis y la enfermedad del sueño. Tras doctorarse en Medicina y Cirugía combina la investigación el laboratorio con expediciones sobre el terreno en zonas endémicas, a fin de trazar mapas de las epidemias e identificar las causas del contagio para así poder establecer métodos profilácticos. Cabe recordar que España aún tenia colonias en Africa, hecho que impulsaba el desarrollo de la medicina tropical con el fin de proveer asistencia sanitaria a los colonos. Es en una expedición en las colonias del golfo de Guinea donde Pittaluga sospecha que es la mosca del genero Glossina (mosca tsé-tsé) la que transmite el parásito que causa la enfermedad del sueño. En el laboratorio, sus estudios se centran en las enfermedades que afectan a la sangre (hemodistrofias) y llega a convertirse en uno de los pioneros europeos en hematología. Su Manual de enfermedades de la sangre y hematologia clínica (1922) así como su estudio Tratado sobre enfermedades del sistema reticuloendolial ( 1935) se convierten en estudios de referencia en el campo. Por ironías de la vida, Pittaluga es también el medico de cabecera los hijos hemofílicos de Alfonso XIII, quien se autodefinira «falangista de primera hora».
Ya que la biologia no entiende de fronteras, se requieren esfuerzos internacionales para combatir las enfermedades infecciosas y aquí Pittaluga también toma parte, llegando a ser miembro del Comité Internacional de lucha contra el Paludismo, dentro del Comité de Higiene de la Sociedad de Naciones. Como buen miembro de la comunidad científica promueve la divulgación de las nuevas investigaciones y participa en la dirección y comité editorial de varias publicaciones. Es precisamente en el primer número de la revista Archivos Latinos de Medicina y Biología, del cual es cofundador, donde Ramón y Cajal publica por primera vez el método para la tinción de nitrato de plata reducido que le permitirá indagar en la estructura del sistema nervioso y ganarse un Nobel.
Sus investigaciones no solo le valen la cátedra de Parasitología y Patología Tropical y el ingreso en la Real Academia Nacional sino que le otorgan importantes cargos vinculados a la gestión de la salud pública, como el de director de la Escuela Nacional de Sanidad, del Instituto Nacional de Sanidad y del Instituto Nacional de Higiene. Su aportación en estos cargos se centra en incentivar la medicina preventiva y la higiene social como bases de la sanidad pública.
A Pittaluga no se le escapa que las epidemias se erradican mediante acciones politicas: «las medidas encaminadas a conservar y aumentar la salud de los ciudadanos no pueden comprenderse como una ciencia abstracta ni basarse en la caridad, sino como una obra política». Esta motivación le lleva a entrar en política como paso lógico en su compromiso con la salud comunitaria, sin dejar de lado su labor científica. En su primer intento es elegido diputado en las Cortes por el Partido Reformista, aunque no llega a tomar posesión debido a la irrupción de la dictadura de Primo de Rivera. Con la llegada de la Segunda República sí que llega a ser nombrado diputado en las en las Cortes Constituyentes de 1931 por el nuevo Partido Liberal Demócrata.
Al estallar la guerra civil, Pittaluga prosigue con sus funciones del Comité de Higiene de la Sociedad de las Naciones y parte a Sudamerica a organizar instituciones de higiene. A su vuelta, España ya no es un lugar seguro para él y se exilia con su familia en París. Su carrera se ve entorpecida pero no cesa y es nombrado jefe de los servicios de transfusión de sangre del Hospital Saint Antoine y presidente la Sociedad Francesa de Hematología. Al concluir la guerra en el 39 e instaurarse el nuevo régimen, le arrebatan definitivamente su cátedra en la Universidad de Madrid y es depurado por orden Ministerial por sus «conductas perniciosas para el país». No se amilana y ese mismo año organiza la Unión de Profesores Universitarios Españoles en el Extranjero (UPUEE) con el fin de presionar a los organismos internacionales para restaurar la democracia y las libertades en España, especialmente en el ámbito de la universidad y la enseñanza. Pero la ocupación alemana alcanza Paris y de nuevo se ve forzado a huir, primero al sur de Francia, luego a Argentina gracias a la fundación Rockefeller, y finalmente a Cuba, donde se instala en 1942.
Reactivar su actividad profesional en La Habana no es sencillo de primeras para los exiliados. La Universidad de la Habana es el único centro de educación superior del país y en una actitud defensiva hacia los exiliados solo les permite ofrecer algunas conferencias o cursos breves. Además, para ejercer la medicina se ve forzado a revalidar su titulo mediante un examen, como dicta la Constitución cubana, a pesar de tener una trayectoria internacional ampliamente reconocida. Sin embargo, es obvio que la calidad profesional de Pittaluga no debe ser desaprovechada y no tarda en ser contratado por el Instituto Universitario de Investigaciones Científicas y de Ampliación de Estudios, órgano recién creado que pretende contribuir al progreso del Cuba estrechando relaciones con universidades americanas y también con la Universidad española del futuro a traves de sus exiliados. Fácilmente se integra en la vida académica de la isla, es invitado a formar parte de la cátedra de Parasitología y Enfermedades Tropicales de La Universidad de La Habana y el Instituto Nacional de Hidrología y Climatología Médicas y es nombrado jefe del Departamento de Investigaciones Biológicas e Hidrológicas. De nuevo el buen hacer de Pittaluga le situa donde le corresponde.
También da charlas divulgativas en la Universidad del aire, un programa de radio que en la era pre-internet representaba un medio popular para culturizar a la población. Sus charlas no son solo científicas sino que abarcan temas de cultura general, y es que con los años, Pittaluga desarrolló un marcado interés por las humanidades pues concibe «al ser humano como una unidad biológica influida por los factores sociales». Su entusiasmo por la cultura le lleva a escribir varios ensayos que le ayudarán a formar parte de la Academia de la historia de Cuba y la Academia Nacional de Artes y Letras. En sus ensayos se interesa, entre otros temas, por la mujer en la historia y la psicologia humana (Grandeza y servidumbre de la mujer; la posición de la mujer en la historia. Buenos Aires. 1946. Seis ensayos sobre la conducta: el vicio, la voluntad, la cortesía, la cultura, la ironía, la risa). Finalmente, y como última prueba de su vinculación con la sociedad cubana, es nombrado jefe del Departamento de Climatología e Hidrología Experimental del Ministerio de Salubridad y ocupa el cargo hasta su muerte en 1956.
Así es como la mente inquieta, polifacética y prolífica de Gustavo Pittaluga (doctor honoris causa de la Sorbona de París, la Universidad de Bucarest, Buenos Aires, México y Roma) capeó las trabas del fascismo y jamás dejó de contribuir a la sociedad que le rodeaba. ¿Te imaginas hasta donde hubiera llegado sin la guerra y el fascismo de por medio?