De científicos brillantes a activistas comprometidos
Irène Curie nació en París en 1897. Hija de Marie Salomea Skłodowska y Piere Curie, llevaba la radiactividad en la sangre. Su hermana, Ève Denise, y ella crecieron entre libros y probetas, en un entorno intelectual muy estimulante.
Desde pequeña, Irène demostró unas capacidades intelectuales superiores a la media, por lo que acabó estudiando con niños de su nivel en La Cooperativa, donde la mismísima Marie Curie, entre otros, les daba clase. Además, heredó de su madre la austeridad y seriedad y su falta de interés en su aspecto físico. Empezó a estudiar física y matemáticas en La Sorbona, en 1914, el mismo año que empezaba la I Guerra Mundial (la Gran Guerra para ellos, que no podían ni imaginarse la segunda).
Por aquel entonces Marie, ya sin su Pierre (falleció en 1906), decidió darle un uso médico a la radiactividad. Consiguió los medios necesarios y recorrió el frente, montando estaciones radiológicas móviles (a las que llamaron Petit Curie) y formando personal técnico. Marie vio a Irène como la sustituta perfecta de Pierre y acabó llevándosela con ella al frente donde a pesar de no haber cumplido su mayoría de edad Irène trabajó como enfermera y se convirtió en técnica de radiología, destacando por su labor y perseverancia. Para el final del conflicto bélico más de un millón de heridos habían sido examinados con rayos x, ¿cuántas vidas se salvarían gracias a la labor de las comprometidas Curie? Sin embargo, nunca les fue reconocido y los niveles altos de radiación a los que se expusieron afectaron a la salud de ambas.
A su vuelta a París prosiguió sus estudios universitarios en La Sorbona, licenciándose con matrícula de honor. Tras esto, Irène se unió al laboratorio de su madre en el Instituto del Radio de la Universidad de París. Allí trabajó como asistente de Marie y centró sus estudios en las partículas alfa emitidas por el Polonio, tema de su doctorado que presentó en 1925.
Frédéric Joliot nació en Paris en 1900 y estudió en la Escuela Superior de Física y Química de la Villa de París. En 1925 visitó el laboratorio Curie bajo la recomendación de Paul Langevin. Era un fan absoluto del trabajo de Marie, así que le pidió que lo aceptara como ayudante. Marie aceptó porque Frédéric era un muchacho brillante y encantador que venía bien recomendado por su amigo Paul.
Irène fue la encargada de enseñarle a Frédéric las técnicas para trabajar con radiactividad, y entre desintegración y desintegración surgió el amor. Irène, sobria y reservada, Frédéric, alegre y atractivo, hacían una pareja bastante peculiar. Sin embargo, ambos eran científicos brillantes con muchos intereses en común y acabaron casándose en 1926. Cambiaron su apellido por el de Joliot-Curie y, a pesar de las reservas de Marie que creía que Frédéric solo quería aprovecharse del apellido Curie, creo que fue un detalle adorable.
Marie alentó a Frédéric a que continuara sus estudios y en 1930 se doctoró con una tesis que versaba sobre la electroquímica de radioelementos y sus aplicaciones.
Irène y Frédéric compartirían su amor por la ciencia, pasión por su trabajo y hasta un premio Nobel. En sus experimentos vieron pasar por delante de sus ojos el neutrón y el positrón sin darse cuenta y sus estudios permitieron que James Chadwick y Carl David Anderson, respectivamente, los descubrieran. El Nobel de Química les fue otorgado en 1935 por otro alucinante descubrimiento: la síntesis de elementos radiactivos que no se encuentran en estado natural. La radiactividad artificial fue fundamental para el avance de las aplicaciones médicas de la radiación ionizante tal y como auguraban en su discurso de recepción del premio:
«La diversidad de las naturalezas químicas, la diversidad de las vidas medias de estos radioelementos sintéticos, permitirán sin duda investigaciones nuevas en biología y en físicoquímica».
Pero los Joliot-Curie compartieron mucho más. Creían en un mundo más justo y solidario, por lo que fueron activistas comprometidos social y políticamente, y dado los convulsos tiempos que les tocó vivir pudieron demostrarlo con creces. Irène defendió los derechos de la mujer y luchó porque obtuvieran una educación igual a la de los hombres para que pudieran desarrollarse intelectual y socialmente. Por su parte, Frédéric denfendió los derechos de los trabajadores.
En 1936, Irène fue nombrada subsecretaria de Estado para la Investigación Científica y en 1937 conseguía una cátedra en La Sorbona. Por su parte, Frédéric fue nombrado, en 1937, catedrático de física en el Collège de France y montó su propio laboratorio, donde construyó el primer ciclotrón de Europa occidental.
Siguiendo los nobles principios de Pierre y Marie Curie, Irène y Frédéric publicaban todos sus descubrimientos e investigaciones para que estuvieran al alcance de todo el mundo. Sin embargo, una gran tragedia estaba a punto de ocurrir para cambiar su forma de actuar.
El final de la I Guerra Mundial había dejado el ambiente caldeado y a pesar del esfuerzo de muchos por calmar los ánimos en 1939 estallaba la II Guerra Mundial. Los Joliot-Curie decidieron entonces dejar de publicar libremente sus hallazgos científicos por miedo al uso que podía dársele en la guerra si caían en las manos equivocadas. Además, con el ejército nazi a punto de invadir Francia, escondieron los principios de los reactores nucleares que habían investigado en un lugar secreto de la Academia de las Ciencias. El sobre no salió de su escondite hasta diez años después.
Irène, enferma de tuberculosis, tuvo que pasar gran parte del conflicto en un hospital en Suiza. Mientras tanto, Frédéric fue nombrado presidente del Frente Nacional, movimiento de resistencia francesa contra la ocupación alemana. Durante este tiempo, Frédéric se aseguró de alejar de manos nazis información científica valiosa y potencialmente peligrosa. En 1943, cuando Irène volvía a París, fue arrestada en la frontera junto a cientos de refugiados que huían de los nazis. Pudo ser liberada por ser hija de quien era pero ella rechazó tal privilegio permaneciendo con ellos hasta su liberación.
Irène volvió a ser retenida en 1948, esta vez al tratar de entrar en Estados Unidos, a pesar de tener todos sus papeles en regla. El objetivo de este viaje era obtener fondos para los refugiados españoles que habían huido de la España franquista. Irène ya había demostrado su interés por la causa previamente cuando al estallar la Guerra Civil Española tomó partido por el legítimo gobierno de la República Española.
La Comisión de Energía Atómica, de la que Irène y Frèdèric eran miembros (de honor diría yo), construyó el primer reactor nuclear francés en 1948.
Lamentablemente, el mundo estaba inmerso en una pequeña (gran) glaciación política que mantenía a las naciones temerosas y a la defensiva. El viento helado llegó hasta Irène y Frédéric que fueron censurados por sus ideas comunistas y perdieron sus cargos políticos y administrativos.
Sin embargo, los Joliot-Curie no dejaron su actividad científica y en 1955 Irène diseñó un nuevo laboratorio, en la Universidad d’Orsay, para trabajar con aceleradores de partículas.
A los 58 años Irène moría de leucemia causada por su elevada exposición a la radiactividad. Frèdèric asumió su catedra en La Sorbona, aunque siguió a Irène tan solo dos años después. La radiactividad también había hecho mella en él, provocándole problemas hepáticos que terminaron por costarle la vida.
Su excelencia científica ha quedado parcialmente eclipsada por la enorme sombra de Marie y Pierre Curie, a pesar de haber hecho extraordinarios méritos propios para ser reconocidos. Fueron una pareja ejemplar, y no solo por su contribución científica a la historia sino también por su compromiso con las grandes causas. Nunca se quedaron impasibles ante la injusticia y no tuvieron miedo de luchar por lo que creían. Por todo ello son un ejemplo a seguir y una gran fuente de inspiración.