Historia del patólogo exiliado
Me gustaría comenzar este artículo sobre Isaac Costero Tudanca, uno de los muchos científicos que tuvo que huir como consecuencia de la guerra civil española, con las palabras que le dedicó, tras su muerte, el prestigioso investigador y divulgador mexicano Rui Pérez Tamayo:
«Vida de Hombre, como la quería el árabe milenario: sembró un árbol, escribió un libro, tuvo un hijo. El árbol de la metáfora es la escuela mexicana de Anatomía Patológica, cuyas raíces son ya profundas y se encuentran en vigoroso y saludable crecimiento; el libro son muchas obras ya clásicas, artículos y volúmenes científicos, así como su extraordinaria autobiografía y un libro más, inédito aún pero ya en prensa, que justifican (si fuera necesario) el gran prestigio profesional de su autor; el hijo somos todos nosotros, sus descendientes carnales, sus alumnos, los alumnos de sus alumnos y todos los afortunados que tuvimos el privilegio de enriquecer nuestras vidas por el simple hecho de que, en alguna época y por tiempos y razones diferentes, nos tocó vivirlas cerca de él».
Estas emotivas palabras definen claramente la figura de un gran maestro y el profundo impacto que este tuvo. Pionero en la investigación histológica en España, centró su investigación en el sistema nervioso, tumores cerebrales y otras áreas fundamentales que sentaron las bases de la medicina. A lo largo de los siguientes párrafos descubriremos algunos de los aspectos más destacados de su vida. Te invito a acompañarme en este viaje que comienza hace más de un siglo.
Un 9 de diciembre de 1903 nacía en Burgos el primogénito de la familia Costero Tudanca. Con el paso de los años, Isaac se convirtió en el mayor de seis hermanos, criado en una familia de trabajadores del mundo del ferrocarril, pasó su infancia entre Bilbao y Zaragoza. Desde muy pequeño mostró una gran curiosidad por todo tipo de aparatos demostrando su vocación de ingeniero. De hecho, hizo todo lo posible para estudiar ingeniería, y a pesar de que su familia no podía permitirse que estudiara en Madrid, él mismo cuenta cómo estuvo estudiando para convertirse en telegrafista porque era uno de los pocos trabajos que podía hacer de noche y así poder estudiar ingeniería durante el día. Pero en los comienzos del siglo XX el trabajo de telegrafista estaba muy solicitado y no obtuvo plaza. Finalmente, su padre le convenció para que estudiara otra carrera en Zaragoza, lo que le llevó a la facultad de Medicina. A pesar de haber declarado en varias ocasiones que lo suyo nunca fue la medicina, sí que supo cómo reconducir su vocación hacia la investigación biomédica, y desde el primer momento demostró una gran pasión y admiración por la histología y la patología.
Durante la carrera y desde el segundo curso colaboró con el celebérrimo Pío del Río Hortega, otro de los científicos exiliados protagonistas de la exposición Ciencia de acogida y, sin duda, uno de los científicos más destacados de la ciencia española, propuesto como candidato al Premio Nobel de Medicina o Fisiología en tres ocasiones (1929 y dos en 1937) por su descubrimiento, principalmente, de las células de Hortega, o microglía. El laboratorio de Río Hortega era, seguramente, el más puntero de España en ese momento, lo que suponía ciertos rifirrafes con el gran maestro Santiago Ramón y Cajal, cuyas discusiones eran célebres en la época. Desde el primer momento este se convirtió en su mentor y con el paso de los años forjaron una gran amistad. Entre las muchas vivencias que cuenta sobre su relación, Isaac Costero suele recordar una en particular, cuando tras la muerte de su padre, este dejó a deber 500 pesetas y estuvieron a punto de embargar la casa de su familia. A pesar de que aún era un estudiante, el maestro histólogo un dudó en acudir a su ayuda y prestarle el dinero. De hecho, fue a partir de ese momento cuando Isaac Costero empezó a trabajar directamente con Río Hortega.
Su interés por la investigación en histología y en patología le llevaron a hacer estancias en diferentes laboratorios de Europa como el de Caspari en Fráncfort. Entre las diferentes estancias seguía trabajando con Río Hortega, con quien mantuvo la colaboración durante catorce años. Comenzó trabajando en el Laboratorio de Histopatología de Madrid, dependiente de la Junta de Ampliación de Estudios, y durante un tiempo compaginó este trabajo con una colaboración en el Instituto del Cáncer, perteneciente al Hospital General de Madrid, en el Laboratorio de Anatomía Patológica, también dirigido por Pío del Río Hortega. Hablaba de «don Pío» como una persona extraordinaria, con una gran pasión por las artes, además de por la histología, y destacaba que era un gran entusiasta y muy trabajador. Isaac consideraba a Río Hortega como un segundo padre. Durante estos años también entabló amistad con otras grandes figuras de la ciencia española (y a la postre exiliados) como Juan Negrín, quien tenía el laboratorio muy cerca del suyo, o Gregorio Marañón, con quien colaboró en diferentes investigaciones y a quien consideraba una persona muy inteligente y extraordinaria.
En su segunda estancia en Alemania observó cómo el mundo estaba cambiando por completo y cómo los movimientos extremistas, encabezados por Adolf Hitler empezaban a hacer estragos en el país. Poco después, en 1934, ya de vuelta a España, obtuvo la cátedra en Histología y Anatomía Patológica en la Universidad de Valladolid, con tan solo 27 años. Durante los siguientes años colaboró con los centros europeos más destacados sobre investigación del cáncer, uno de sus principales intereses científicos.
Isaac Costero también fue un intelectual. En 1933 cofundó la Asociación de Amigos de la Unión Soviética, junto a otros intelectuales españoles como Pío Baroja, Jacinto Benavente, Fernando de Castro, Federico García Lorca, Gregorio Marañón o el propio Pío del Río Hortega. Su objetivo era conseguir hacer una difusión verdadera de lo que estaba aconteciendo en la URSS y darlo a conocer.
Los movimientos políticos y sociales que tanto le habían preocupado en Alemania aparecieron pocos años después en España, desencadenando la brutal guerra fratricida que todos conocemos. Al igual que otros grandes investigadores y pensadores, Isaac Costero tuvo que huir de España. Su maestro, Pío del Río Hortega, se exilió en Argentina, donde siguió desarrollando su labor, mientras que Costero acabó en México, donde vivió 42 años de gran esplendor científico y académico.
Recaló en México aconsejado por su buen amigo de la infancia Tomás Perrín, quien ejercía la medicina en este país. Allí siguió formándose y trabajó en diferentes centros e instituciones como el Hospital General de la Secretaria de Salubridad y Asistencia, el Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía o el Instituto Nacional de Cardiología. Impartió docencia en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y también desarrolló una importante tarea de difusión de la medicina a través de La Casa de España y su heredero, El Colegio de México. Entabló una buena amistad con figuras destacadas de la medicina mexicana como Ignacio Chávez o Manuel Martínez Báez y desarrolló una importante línea investigadora centrada principalmente en tumores cerebrales, pero también en otras patologías asociadas al sistema nervioso y al sistema circulatorio. Como mencionaba al inicio de este artículo, creó una gran escuela de patólogos, entre las que destacaron la Dra. Rosario Barroso-Moguel, el Dr. Aguatín Chévez o Pérez Tamayo. En cuanto a difusión de la medicina, su obra fundamental fue su Tratado de Anatomía Patológica. En este punto cabe reflexionar sobre lo que supone la huida y exilio de una personalidad como Isaac Costero para un país. El patrimonio científico y cultural de una personalidad así, junto a la escuela creada formada por decenas de discípulos, supone un verdadero legado capaz de cambiar la percepción de un país completo.
En definitiva, Isaac Costero se convirtió en una figura muy relevante en México, llegando a obtener diferentes distintivos como la presidencia de la Academia Nacional de Medicina de México, el Premio Nacional de las Ciencias y Artes —que recibió en 1972— o el nombramiento honoris causa en varios centros del país, entre ellos en la UNAM, título que tristemente no pudo recoger ya que falleció pocos días después de que se diera a conocer este nombramiento. La UNAM también creó, en reconocimiento a su labor, la Cátedra Isaac Costero Tudanca.
Su pasión por la ciencia quedó patente en su autobiografía Crónica de una vocación científica, que escribió, principalmente, para incentivar la vocación de todos aquellos dispuestos a embarcarse en el apasionante mundo de la ciencia, ya que como escribió el propio Costero: «la experiencia ajena ayuda a afirmar y completar la propia, así que no están de más las biografías».
N. del A. Para todos aquellos que quieran profundizar en la vida de este gran investigador, recomiendo la lectura del libro Isaac Costero: vivir para la ciencia, disponible online en la web de la Academia Nacional de Medicina de México (enlace).