El fin de la certeza
«Estoy convencido de que la física teórica es realmente filosofía»
Max Born
A pesar de las comodidades y oportunidades que el Consejo de Asistencia Académica les brindó a él y a su familia, a Max Born nunca se le cayó la espina clavada. A su mujer, en palabras del físico, se le había roto el corazón por tener que abandonar su país natal. Él, ya por entonces una eminencia de brillante potencial, tuvo que renunciar a su pasado y su futuro en las universidades alemanas debido al auge irracional de las esvásticas. Cuentan que el mismísimo Max Planck fue a ver al führer para quejarse por la espantada (muy legítima) provocada entre los académicos de origen judío. También cuentan que Hitler echaba espuma por la boca en su respuesta. En cualquier caso, para entonces Born y su familia estaban ya muy lejos, tristes pero con la esperanza de una nueva vida bien agarrada. Una nueva vida que le brindaría la oportunidad de modificar la historia.
Un camino truncado
Max Born nació en Breslau, por entonces Prusia, en su momento Alemania y hoy Wroclaw, Polonia, en 1882. Su padre era especialista en anatomía y embriología y su madre procedía de una rica familia de industriales silesios. Acorde con su estatus, Born estudió en la Universidad de Breslau, Heidelberg y Zurich. Entre 1904 y 1906 estuvo en Gotinga donde fue alumno de los famosos matemáticos Felix Klein, Hilbert y Minkowsky. Se doctoró en 1906 con una tesis sobre matemáticas dirigida por Hilbert, la primera piedra de un camino lleno de hitos en matemáticas y física. Ya en 1921, con apenas 39 años, fue nombrado catedrático de física teórica en la Universidad de Gotinga. Gracias a su ingenio, y a la presencia de James Franck, Gotinga prosperó y se transformó con suma rapidez en uno de los centros principales de investigación en física de Europa. Los nombres de Pauli, Heisenberg, Fermi, von Neumann, Wigner y Dirac están escritos en los anales de aquella época, junto al de Born.
Eran tiempos mejores para la física que se descubría en Alemania. Entonces llegó 1933 y la llegada al poder del nacionalsocialismo ario. En apenas unos meses el clima social y político comenzó a amenazar la integridad física, económica y moral de los habitantes con raíces judías (entre muchos otros) de aquella sombría Alemania. Max Born, cuya ascendencia era judía, y que además se había casado con una mujer de raíces judías también, comenzó a ver el peligro. Ese mismo año fue destituido como profesor de la Gotinga por cuestiones raciales. Poco después, su amigo y adversario intelectual, Albert Einstein, le instaba a abandonar el país lo antes posible. Y por suerte lo hizo. A pesar de lo duro de su decisión, ese mismo año desembarcaba junto a su familia en Reino Unido, dejando atrás para siempre su tierra y su carrera en Alemania.
De la nada al todo
Born pasó sus primeros años en Cambridge, tras lo que terminó dando clase en Edimburgo. Gracias a la asistencia de la ayuda ofrecida a los refugiados, el físico pudo ganarse la vida escribiendo libros de texto de ciencia. Así pagó durante aquella época dura para la familia todos los gastos. Sus libros, por cierto, se convirtieron en un estándar educativo en las escuelas de Reino Unido. A pesar de todo, Max Born siempre se negó a participar en la investigación de armas atómicas. Al contrario de otros eminentes físicos, Born rechazó el atractivo sueldo y la interesante posición, y continuó un nuevo ascender hacia la época más brillante de su vida. Durante su vida en Edimburgo, Born fue profesor de filosofía natural, lo que concordaba perfectamente con su carácter inquisitivo y cargado de sano escepticismo. Born recibió el Premio Nobel de física en 1954 por su contribución fundamental a la emergente física cuántica. No era el primer premio que recibía. En 1948 recibió la medalla Max Planck y en 1950 fue galardonado con la medalla Hughes, concedida por la Royal Society «por sus contribuciones a la física teórica, en general, y al desarrollo de la mecánica cuántica, en particular». Formó parte de eminentes entidades como la Royal Society, la Real Academia de las Ciencias de Suecia, la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias, la Academia de Ciencias de Rusia o la Royal Society of Edinburgh, entre otras. Durante esta etapa, sus trabajos en física asentaron algunas de las partes más importantes del mundo de la física. Pero, ¿en qué consistieron sus contribuciones?
Filosofía y mecánica cuántica
Max Born discutía encarnizadamente con su amigo Einstein, con quien se codeaba intelectualmente. «Se trata, en realidad, de una diferencia fundamental en la concepción de la naturaleza», decía el físico cuando describía sus debates. «En nuestras perspectivas científicas nos hemos vuelto antípodas. Tú crees en el Dios que juega a los dados y yo creo en la ordenación total y en las leyes de un mundo que existe objetivamente y que trato de captar en una forma frenéticamente especulativa», contestó Einstein en alguna ocasión. Y es que la visión completamente diferenciada de ver el mundo llevó a Born a cuestionárselo todo. Junto con Bohr y Heisenberg, Max Born fue uno de los elegidos a los que se le atribuye la construcción de la estructura filosófica de la mecánica cuántica. Su principal contribución fue la interpretación probabilística de las ondas de Schrödinger.
Schrödinger determinó una ecuación en la que se define toda la información de un sistema atómico. Pero fue Born quién le dio una interpretación que sitúa el concepto de probabilidad en el papel principal de la ecuación. Esto supone que el comportamiento individual de las partículas queda manifiestamente indeterminado. Esto abre el camino a una descripción acausal. Esta idea provenía, sin embargo, de mucho antes. Ya en 1920, antes incluso de interesarse por la teoría cuántica, Born ya jugaba con la idea de acausalidad. Esta misma idea era la que se enfrentaba a la naturaleza eminentemente determinista de Einstein. Para su amigo todo tenía sentido bajo la idea de un creador que lo habría ordenado todo. Para Einstein, la idea del indeterminismo propuesta y esgrimida por Born hería su pensamiento más íntimo.
La victoria del indeterminismo
Por el contrario, Born aceptó sin reservas que es imposible comprenderlo todo. Born trajo la muerte a la certeza. Porque en la filosofía natural que el entendía, y enseñaba, el todo era incomprensible: «Hemos llegado al final de nuestro viaje por los abismos de la materia. Buscábamos un suelo firme y no lo hemos encontrado. Cuanto más profundamente penetramos, tanto más inquieto, más incierto y más borroso se vuelve el Universo». Así, el principio de complementariedad de Bohr; la frase siguiente expresa esa afirmación con la suficiente claridad: «[...] el desarrollo de la física moderna ha enriquecido nuestro pensamiento con un principio nuevo de importancia fundamental: la idea de complementariedad». Niels Bohrs enunció uno de los principios fundamentales de la física que cimenta la mecánica cuántica. Este principio, llamado de complementariedad, hace referencia al principio de incertidumbre de Heisenberg, un postulado fundamental para la mecánica cuántica.
En ese mismo sentido, Born consideró con detalle el determinismo clásico. En un artículo titulado Is Classical Mechanics in fact deterministic?, que se publicó en 1955, presentó un estudio de un gas propuesto por Lorentz en ciertas condiciones. Born concluyó a partir de este gas de Lorentz que tampoco el determinismo asociado con la mecánica clásica era real. Esta idea fue la predominante en casi toda su carrera, pero especialmente en los últimos años de su vida: no todo puede comprenderse y medirse de forma determinista. El universo, en su naturaleza, tiene un núcleo caótico, casi incomprensible por la mente humana. ¿Y quién se atrevería a decirle lo contrario? Born vivió, de primera mano, ese mismo caos absurdo cuando tuvo que abandonar su país natal y su vida por culpa de la sinrazón más absurda y caótica que jamás conoció el hombre.