Una vida de eventos azarosos
¿Qué tienen en común el fundador del Centro de Investigación en Cáncer del Massachusetts Institute of Technology (MIT), el Premio Nobel de Medicina en 1969 por su trabajo en los mecanismos de replicación y la estructura genética de los virus, un activista en contra de la guerra de Vietnam, el supervisor de tesis de doctorado de James Watson, el Premio Nobel por la elucidación de la estructura del ADN, un amante de la poesía que organizaba tertulias en su casa y un migrante forzado por las políticas raciales de la Segunda Guerra Mundial? En que todos confluyen en Salvador Luria.
Nació en Italia en 1912. Estudió medicina en la Universidad de Turín, sin embargo, examinar pacientes no lo satisfacía del todo y este sentimiento se incrementó durante el servicio militar. Tiempo después se sintió atraído por la física, así que se trasladó a Roma para especializarse en radiología. Ahí se interesó en los virus de bacterias: los bacteriófagos, y en las recientes teorías de los genes basadas en el trabajo del biofísico Max Delbrück.
Corrían tiempo difíciles, el movimiento fascista de Mussolini publicó il manifesto per la difesa della razza, el manifiesto racial italiano que esgrimía las políticas antisemitas del Duce. Debido a sus orígenes judíos le imposibilitaron seguir en la universidad. Migró a París donde trabajo en el Instituto Pasteur. Por dos años, siguió estudiando bacteriófagos hasta que en 1940 la invasión nazi en Francia le obligó a huir. Tuvo que trasladarse en bicicleta al puerto de Marsella, donde solicitó visa para Estados Unidos. En septiembre de 1940 llega a Nueva York con 52 dólares en el bolsillo (en sus palabras: «mucho más de lo que otros refugiados que se transportaban en el barco llevaban»). Afortunadamente para él, la ciencia unificó lo que las creencias, orígenes, cuestiones raciales o nacionalismos estaban desmembrando al mundo. Científicos como Max Delbrück y Enrico Fermi le extendieron ayuda para poder seguir trabajando en investigación, y así llega a la Universidad de Indiana.
La primera vez que leí sobre él fue cuando yo era estudiante de bioquímica. Trabajaba con bacteriófagos y mutaciones inducidas por exposición a la luz ultravioleta. Releí varias veces sus trabajos sobre mutaciones espontáneas en bacterias como mecanismo de resistencia a la infección por bacteriófagos, en parte por el cual ganó el Premio Nobel de Medicina junto con Max Delbrück y Alfred Hershey. Tres pioneros que contribuyeron al desarrollo de la biología molecular moderna.
Luria observó que cuando bacterias sensibles a bacteriófagos eran puestas en contacto con ellos, con excepción de unas cuantas, morían. Aquellas que lograban sobrevivir eran permanentemente resistentes a los bacteriófagos. Por muchos meses trató de entender lo que pasaba. Intuyó mutaciones. Pero ¿cómo era que ocurrían? Y así, de manera azarosa, se le ocurrió al observar a un compañero introducir monedas en una máquina tragamonedas: ¿Acaso las mutaciones bacterianas no podrían tener una relación probabilística como las tragamonedas? ¿Acaso, las mutaciones bacterianas como consecuencia de la infección por los bacteriófagos no podrían tener un orden azaroso que explicara las mutaciones espontáneas? Lo comentó a Max Delbrück y juntos idearon el experimento Luria-Delbrück, también conocido como prueba de fluctuación, basado en distribuciones de Poison. Con él demostraron que en las bacterias las mutaciones genéticas pueden surgir en ausencia de selección. De esta forma, la teoría de Darwin, donde en la selección natural pueden ocurrir mutaciones al azar, se aplicaba también a bacterias al igual que en organismos más complejos.
Pasó el tiempo, y volví a escuchar su nombre junto al del químico Linus Pauling. Luria, ya nacionalizado estadounidense, siempre habló abiertamente de su oposición a las guerras. Esto llamó la atención de Pauling, y en 1957 le escribió su primera carta invitandole a firmar su famosa petición para detener las pruebas de bombas nucleares en la atmosfera. De esta manera comienza la amistad de estos dos grandes científicos, constituyendo la detonación para que alumnos, docentes y científicos se unieran a varias causas políticas, sociales y ambientales. Era tal el compromiso con sus convicciones que donó parte del dinero de su Premio Nobel para organizar el movimiento de paz para detener la guerra de Vietnam.
Luria en 1972 fundó el Centro de Investigación en Cáncer del MIT, dónde planteó su estudio desde un punto de vista de biología molecular y celular más que clínico. También escribió libros de divulgación y de educación universitaria, de los cuales La vida: el experimento incompleto y Virus eran muy populares; y así es, también me toco leerlos en los estudios de maestría.
Salvador Luria creía en la multidisciplinariedad de la ciencia, y lo aplicaba en su vida científica. Mencionaba a sus alumnos cómo las diferentes perspectivas que aportan la biología, la física, la química y la bioquímica pueden resolver mejor un problema. Y es de esta forma que Luria reaparece cuando leía acerca de la elucidación del ADN por James Watson, Francis Crick y Rosalind Franklin. Fue Luria quien hizo que Watson y Crick adicionaran a sus estudios la bioquímica.
Han pasado muchos años. Luria vuelve aparecer en mi vida, en tiempos donde la migración forzada vuelve a ser una pesadilla para muchas personas en el mundo. Él, que sin temor asió las banderas de la paz y de la ciencia durante su vida. En tiempos en donde científicos de varias partes del mundo se unen para salir a las calles como forma de protesta. Camino junto a ellos y los observo. ¿Cuántos Lurias o Pauling estarán aquí? Me pregunto: ¿cuántos Luria se pierden por las guerras? ¿Cuántos de ellos se pierden por negarles el paso hacia lugares más seguros? ¿Acaso no somos todos ciudadanos de este mundo?
Entrevista de Marco Soria en Milán (1986).