Santiago Ramón y Cajal

1852 - 1934

Fisiología

Santiago Ramón y Cajal

1852 - 1934

Fisiología

Neuronas a hombros de un gigante

Existen pocos casos en la historia de la ciencia como el de Cajal. La vigencia de su legado investigador llega literalmente hasta nuestros días conformando una especie de Big Bang en el ámbito de la neurociencia. Cajal sigue siendo a día de hoy el científico español más citado en la literatura científica especializada. En los laboratorios de histología de todo el mundo continúa utilizándose como referencia su obra La textura del sistema nervioso del hombre y de los vertebrados escrita nada menos que hace 113 años. Pocos bestsellers científicos resisten el paso del tiempo con este grado de lozanía y frescura. Pasan los siglos y la figura de este gigante a hombros de neuronas  que es Santiago Ramón y Cajal se agranda más y más.    

Desde el punto de vista humano Cajal es un ejemplo de héroe que contra todo y a pesar de todo consigue salir adelante convirtiéndose en un referente universal en un entorno absolutamente adverso e indiferente a su trabajo colosal. Esta desconexión casi total entre su figura y el entorno que le tocó vivir junto con el hecho de que sería el primer director de la Junta de Ampliación de Estudios (JAE), que se convertiría en la institución impulsora de la ciencia en España hasta su desaparición tras la Guerra Civil, justifican que esté entre el grupo de científicos protagonistas de la exposición «Ciencia de acogida» dado que Cajal pese a contar con renombrados maestros como  Aureliano Maestre de San Juan, quien le dirigió su tesis doctoral, o Luis Simarro, quien le introduce en la técnica de tinción de Golgi, tuvo que hacer frente a la soledad del precursor prácticamente a lo largo de toda su vida. 

Santiago Ramón y Cajal

Para conocer en profundidad la figura de Cajal, en el Museu de les Ciències Príncipe Felipe contamos con una excelente exposición en la que se abordan, además de su vida, algunas de sus principales aportaciones en el ámbito del funcionamiento de las neuronas, esos «hilos telegráficos del pensamiento», como el propio Cajal las denominaba. Especialmente, esa visión que iba a revolucionar la concepción que se tenía de las mismas en la época al considerarlas por primera vez como células nerviosas independientes con identidad propia.

Cajal nació el 11 de mayo de 1852 en Petilla de Aragón en el seno de una familia humilde cuyo padre, Justo Ramón era el barbero cirujano del pueblo. Tras una infancia marcada por su contacto con la naturaleza Cajal realiza sus estudios de Bachillerato en los Escolapios de Jaca. Al finalizarlos descubre una de las grandes pasiones de su vida; la fotografía. Como ha demostrado una reciente publicación  The Beautiful Brain; the drawings of Santiago Ramón y Cajal publicado por Abrams Books y de la que el Weisman Art Museum de Minneapolis ha hecho una excelente exposición itinerante, Cajal utilizaba la imagen —bien sea través de la fotografía o el dibujo— como una auténtica herramienta de trabajo. Porque mientras dibujaba construía «un inventario mental de reglas para el bosque», para  luego seguir observando y comprobar si los árboles se adaptaban al modelo mental construido previamente. En la exposición que tenemos en el Museu de les Ciències Príncep Felipe podemos contemplar algunos de estos increíbles dibujos-mapa mental con los que Cajal conseguiría la proeza de describir la morfología de estas células tan especiales llamadas neuronas responsables en última instancia de lo que somos.

Uno de los dibujos de Santiago Ramón y Cajal

Cajal estudió Medicina en Zaragoza. Haciéndose médico militar participa durante 7 meses en la Tercera Guerra Carlista y después es trasladado a Cuba en 1874 en donde contraería la malaria. A su vuelta a España obtiene el doctorado en Medicina e inicia sus primeras investigaciones en el campo de la histología empleando sus propios medios —el microscopio que emplea, por ejemplo, se lo paga él mismo a plazos—. Se inicia así algo que será una constante en su vida; la falta de apoyo con la que disponer de una infraestructura científica básica para poder llevar a cabo su trabajo con un mínimo de estabilidad y garantía. Es Cajal el que a golpe de pura vocación científica se costea sus investigaciones, sus publicaciones, la asistencia a congresos internacionales, el que organiza su laboratorio en su propia casa y lo dota de recursos para poder trabajar en él. Nada lo detiene. Ni tan siquiera una España tan adversa y desfavorable a la investigación como la que le tocó vivir.

En 1883 consigue la Cátedra en la Universidad de Valencia tras haberlo intentado antes infructuosamente en Zaragoza y Granada. Es en Valencia donde publicó uno de los manuales de referencia de la ciencia médica contemporánea, el Manual de Histología Normal y Técnica Micrográfica. En 1887 se traslada a Barcelona en donde realizaría su principal trabajo de observación de tejidos nerviosos que le llevaría finalmente al descubrimiento revolucionario de la independencia de la neurona. Todo este trabajo lo continuaría ya en Madrid donde alumbraría algunos de sus descubrimientos fundamentales respecto del sistema nervioso, según los cuales este dejaba de ser una maraña continua para pasar a ser otro discreto en el que sus unidades básicas interaccionaban entre sí a través de las sinapsis neuronales. Este descubrimiento lo cambiaría todo. Hasta el punto de que los expertos internacionales en la materia aprenderían español para poder comprobar la magnitud del mismo.

En la década de los 90 del siglo XIX y a principios del XX y tras muchos años de absoluta carrera en solitario comienzan a aparecer los primeros reconocimientos y distinciones: en 1894 Cajal es nombrado doctor honoris causa por la Universidad de Cambridge, en 1900 recibe el Premio Moscú, y, por fin, en 1906 el Premio Nobel de Medicina o Fisiología junto con Camilo Golgi. En la exposición del Museo puede contemplarse el facsímil del diploma del Premio Nobel cedido por Santiago Grisolía, un Premio que en el caso de Cajal representa una verdadera heroicidad ya que a la dificultad que implica obtener un galardón de esta relevancia ha de añadirse los escollos que tuvo que salvar a lo largo de tu trayectoria vital.

Uno de los rasgos distintivos de Cajal era su enorme capacidad de trabajo y su acerada tenacidad. Como comenta su secretaria personal Enriqueta L. Rodríguez para él no había domingos ni festivos, todos eran laborables, porque eso de los días en rojo según él era «un invento de los jóvenes».

Pasó por trances personales enormemente duros como el  fallecimiento en 1891 de su hija Enriqueta de dos años o la pérdida de su hijo Santiago de 29 años en 1911. En el primer caso los descubrimientos fundamentales que hacía Cajal en aquella época sobre la estructura del cerebelo contrastaban en su ánimo sombrío «por singular y amargo contraste a la imagen pálida y doliente de la niña». El respaldo familiar, muy especialmente el de su esposa Silveria, su compañera vital imprescindible, le permitieron seguir adelante produciendo obras de la envergadura de La fotografía de los colores, Manual técnico de anatomía patológica, y las archiconocidas Charlas de café que destilan sabiduría por los cuatro costados, sabiduría decantada a lo largo de toda una vida dedicada en exclusiva al descubrimiento y a la investigación.

Un magnífico ejemplo de la increíble voluntad de trabajo que atesoraba Cajal lo tenemos en la carta que le envía a un discípulo y colaborador en Estados Unidos exactamente dos días antes de su muerte, el 17 de octubre de 1934. Esta carta —cuya fotocopia del original está en posesión del centro de documentación del Museo— está escrita por un Cajal convaleciente, ya muy enfermo y postrado en la cama. Pese a todo le da en ella recomendaciones valiosas a su colega basadas en su propia experiencia para realizar correctamente un buen trabajo de laboratorio. Cajal no claudica ni ante sí mismo. Su trazo atormentado representa mejor que nada esa lucha suya por arrebatarle a la vida hasta el último aliento para dedicárselo a la investigación y al conocimiento.

Reivindicar la figura del Cajal científico se ha convertido en un lugar común. No en vano Cajal creó escuela —la importante Escuela Española de Histología de la que fue su principal impulsor— a la que pertenecieron figuras tan eminentes como Pío del Río Hortega, que descubrió dos de las células que existen en el tejido nervioso, Fernando de Castro, Jorge Francisco Tello, Rafael Lorente de No y tantos de una extraordinaria relevancia que darían continuidad a los descubrimientos del genio aragonés universal. Sin embargo, reivindicar la vigencia de la dimensión humana de Cajal desgraciadamente ya no es tan habitual. Cajal sigue siendo un buen espejo en el que mirarse —y también reconocerse— sobre todo para esos jóvenes que se han visto obligados a irse en la actualidad de España para poder desarrollar sus incipientes carreras investigadoras en el extranjero. Don Santiago parece estar mirándolos a cada uno de ellos  con infinita comprensión, como el que ha pasado por ese trance mil veces, comprobando con amargura lo poco que cambian algunas cosas en este país.