El neurólogo que se resistió al exilio
Hablar o escribir de Freud es una tarea difícil. El creador del psicoanálisis padecía de incontinencia literaria. Si solo tuviéramos que nombrar sus cartas, sus publicaciones o sus artículos este breve paseo se convertiría en una lista interminable sin más interés que la bibliográfica, y no es lo que haré.
Sigmund Freud fue un eminente neurólogo que vivió en la Viena del siglo XIX. Un personaje controvertido, un sabio discutido, propietario de teorías que incluso hoy en día se discuten. La mayoría de su carrera profesional se desarrolló en Viena, ciudad que se caracterizaba por tener una sociedad decadente cuya principal preocupación era mantener las apariencias. Así, las mujeres de la alta sociedad padecían de enfermedades psíquicas, depresiones provocadas por todas las prohibiciones que su estatus de mujer acarreaba (noviazgos eternos, padres estrictos) y los hombres vivían en una libertad oculta donde era normal visitar los burdeles, tener amantes y padecer en secreto enfermedades venéreas tan peligrosas como la sífilis, que no solo era muy contagiosa sino que si no se trataba provocaba demencia y muerte.
Por eso esta ciudad tan hedonista y a la vez tan austera era un campo abonado para que naciera un médico de la mente con nuevas teorías y conocimientos sobre el subconsciente y la sexualidad.
Freud, nació en Freiberg, Moravia, el 6 de mayo de 1856, y en 1860 su familia se trasladó a Viena. Era el mayor de una gran familia judía que no practicaba el judaísmo de forma extrema aunque siempre se sintió judío, en el sentido cultural más que religioso. Desde pequeño se admiró su inteligencia en el hogar familiar y se preveían grandes logros para el primogénito de la familia Freud. A través de su historia personal Freud desarrolló todas sus teorías y complejos. Aunque acabó reconociendo que el autoanálisis no era conveniente y sí muy sesgado.
Quizás por llevar la contraria en la sociedad europea dónde el sexo ocupaba un lugar primordial, y en su cabeza también, desde muy joven se hizo adepto a la abstinencia, pero probó toda clase de pasiones sustitutivas: desde las drogas a los viajes. En 1873 ingresó en la Universidad de Viena como estudiante de medicina y se graduó en 1881. Amplió sus estudios en París y en Roma, además de desarrollar sus pasiones por la cocaína y viajar. Sin embargo, a pesar de que toda su obra está llena de connotaciones sexuales a él mismo se las negó.
Fue el padre del psicoanálisis, método que incluía una condición sine qua non por la que todos los que aceptaban estas ideas se autoanalizaran. Él fue el primero partiendo de la base de su infancia y el sentimiento amoroso creado por su madre —judía— y su niñera —cristiana—. De ahí surgió el arquetipo del neurótico moderno, el Edipo inventado por Freud (nada que ver con el Edipo de Sófocles), culpable de un doble deseo: matar al padre y poseer sexualmente a la madre. Esta fue la primera vez que Freud modificaba la historia para adaptarla a sus teorías.
En 1895, en Viena, Freud trabajaba entre dieciséis y dieciocho horas diarias. Aunque ya estaba casado con Martha Bernays seguía practicando la abstinencia sexual y llenaba su tiempo ampliando su amplia erudición. Hablaba inglés, francés, italiano y español. Usaba letras góticas para escribir en alemán, conocía el griego, el latín, el hebreo y el yiddish y se calificaba como mediterráneo frente a los germanos.
Era un esnob que no toleraba ni palabras malsonantes ni descuidos en la vestimenta y no se sentía cómodo con la alta sociedad aristocrática. Vivía una época dónde se estaba dando una revolución del espíritu y este bebía de las vanguardias literarias, filosóficas, el socialismo o el feminismo junto al psicoanálisis. Fue una de las mejores épocas de Freud y durante estos años publicó La Interpretación de los Sueños, libro dónde nacería el psicoanálisis, y Psicopatología de la Vida Cotidiana. Este último libro estaba dedicado a la traición y a las maneras de detectarla. Aunque sus teorías de la psicopatología ya habían sido estudiadas por otros como Hans Gross, padre fundador de la criminología, ninguno les achacó un carácter sexual como hizo Freud. Este libro obtuvo un gran éxito y contribuyó a populizar el concepto del inconsciente.
En 1905 empezó los Tres ensayos de Teoría Sexual donde quería exponer sus teorías sobre la sexualidad humana y sostenía que el objetivo del sexo no era la procreación sino el ejercicio de un placer que se basta a sí mismo. Con este libro Freud hace una reflexión sobre la educación sexual y, sobre todo, alentaba la tolerancia de la sociedad hacia las diferentes formas de sexualidad, y en especial de la homosexualidad. También gracias a este estudio el freudismo empezó a tener reconocimiento internacional, por lo que fue acusado de pansexualista, escandalizando a todas las sociedades puritanas, incluidas la canadiense y la americana.
En 1910 Freud fundó con el médico Sándor Ferenczi la Internationale Psychoanalystische Vereinigunga, a la que apodó Verein, y entregó su dirección al también médico Carl Gustav Jung. Freud se enfrentaba a un joven discípulo de inteligencia excepcional que ya era conocido por sus propios trabajos sobre las enfermedades mentales. A Freud le gustaba mucho Jung sobre todo porque no era judío ni vienés. Y Freud soñaba con quitarle al psicoanálisis las etiquetas de ciencia judía. Hasta última hora no se dio cuenta de que Jung, hijo de un pastor luterano, era muy ambivalente con la religión judía y así se demostró con su colaboración con los alemanes en la Primera Guerra Mundial. Además de las cuestiones religiosas, grandes diferencias separaban a estos hombres: Freud cultivaba la abstinencia sexual mientras que, por el contrario, Jung era adepto a la libido —la entendía como energía vital— y no vacilaba en multiplicar las aventuras amorosas con sus pacientes, a las que a su vez convertía en discípulas. En 1913 su relación se rompió definitivamente debido a sus maneras tan diferentes de entender la psique.
Resulta curioso reflexionar sobre los psicoanalistas que pertenecían al Verein y observar que todos padecían complejos, obsesiones o enfermedades del alma (tal cual las entendía Freud), y que por ello era requisito imprescindible psicoanalizarse durante al menos un año para pertenecer al mismo. En esta situación una se pregunta ¿todos los que se acercaron al psicoanálisis eran enfermos que habían sufrido traumas infantiles o tuvieron que crearlos para poder integrarse al grupo?
A partir de esta fecha las mujeres hicieron su entrada en el movimiento psicoanalítico, y entre las primeras encontrarnos a Lou Andreas Salomé, escritora y psicoanalista de la que dijo Nietzsche que era la única mujer capaz de entenderlo o Tatiana Rosenthal, médica rusa especialista en neurosis infantiles. Sin embargo, fue Sabina Spielrein, antes paciente de Jung y después psiquiatra y amante del mismo, la primera mujer del movimiento psicoanalítico en realizar una verdadera carrera, aunque tuvo un final trágico: los nazis la exterminarían junto a sus dos hijas en julio de 1942.
En América el psicoanálisis se estaba convirtiendo en la cura mental más popular. La guerra se acercaba pero Freud en 1914 no imaginaba en ningún momento lo larga que sería ni los millones de muertos que provocaría. Ni que la Europa que él conocía desaparecería para siempre. Aunque había pretendido detestar Viena y la doble monarquía, la guerra sorprendió hasta tal punto a Freud que comenzó firmemente a defender la Triple Alianza. Esta primera guerra del siglo XX no tenía nada que ver con las guerras de los siglos anteriores. Los gases tóxicos y los cuerpos mutilados en trincheras inundaban Europa forzando a los freudianos a renunciar a sus congresos, interrumpir sus actividades y suspender los intercambios epistolares y producciones editoriales.
Freud, solo en Viena ya que todos los miembros del comité fueron movilizados, afrontó estos tiempos con el miedo de que sus tres hijos (sí, un tiempo antes ya había abandonado su abstinencia sexual) y su yerno fueran llamados a filas. En ese momento empezó a hacer una refundición de su sistema de pensamiento y en 1915 escribió un ensayo sobre la guerra y la muerte donde tomaba nota del hecho que esta guerra provocada por el nacionalismo y el odio mutuo entre pueblos traducía la quintaesencia de un deseo de muerte propio de la especie humana.
Era 1916 y Freud tenía ya sesenta años. En Viena las consecuencias de la guerra se dejaban notar: la clientela escaseaba, faltaba la comida y no tenían calefacción. El cuerpo avejentado (como lo llamaba Konrad) sufría de problemas de próstata y dolores de garganta provocados por un cáncer que lo acompañaría dieciséis años y hasta su muerte. Aun así, Freud no quería abandonar Viena, confiaba en su independencia.
Entre 1915 y 1917 escribió cinco ensayos austeros y complejos que contrastaban con sus escritos anteriores, considerando la melancolía como una forma patológica del duelo, una enfermedad del autocastigo.
Mientras, Freud proseguía con sus enseñanzas en el Hospital General de Viena, y en el último año académico decidió exponer en 28 lecciones los principales logros de su joven ciencia, una síntesis de sus obras La interpretación de los sueños, Psicopatología de la vida cotidiana y de los Tres ensayos. En aquellos tiempos Freud soñaba con el premio Nobel.
Recibió con alegría la Revolución de Octubre que ponía punto final a la participación de los rusos en la guerra, y aunque no era favorable al sionismo aprobó la declaración de Lord Balfour que abría el camino a la creación de un hogar judío en Palestina, aunque Freud era un judío de la diáspora que no creía que la respuesta al antisemitismo fuera el retorno a ningún territorio.
En julio de 1929 Freud acababa de escribir El Malestar de la Cultura uno de sus libros más leídos, tan oscuro como luminoso, un manifiesto en favor de la felicidad de los pueblos, un himno al amor, al progreso y a la república platónica. En 1931 con motivo de la reedición añadió a la frase final «¿Pero quién puede prever el desenlace?» pensando en la victoria electoral conseguida por los nazis. Las escuelas de psiquiatría nazis, manejadas por Göring, incluyeron en su programa la destrucción de la «nueva y joven ciencia». Querían hacer desaparecer su vocabulario, sus conceptos y sus obras. Entre todas las escuelas de psiquiatría fue la única en recibir el calificativo de ciencia judía tan temido como odiado por Freud.
Aún así este rechazaba la idea de marcharse de Viena pensándose protegido por las leyes de la república. Se negaba a ver que el nazismo se estaba extendiendo por toda Europa, por eso aceptó las medidas que cancelaban las libertades elementales: supresión del derecho de huelga, censura de prensa y persecución de los socialistas y marxistas. Intentaba mantenerse neutral.
Pero hay que tener claro que Freud no confundía el comunismo con el nazismo. Reconocía en el comunismo un ideal revolucionario mientras que el nazismo era una regresión a los instintos más homicidas del ser humano.
Tres meses después de que Hitler tomara el poder devastaron el Instituto de Sexología. El 11 de mayo de 1933 Joseph Goebbels ordenó la quema de veinte mil libros judíos. Mientras los nazis destruían el psicoanálisis en Berlín, Freud seguía recibiendo pacientes en Viena y Jung colaboraba con Hermann Göring exhibiendo sus ideas antisemitas cada vez más claramente.
El cumpleaños de Freud del año 1936 cobró dimensiones considerables. Este seguía confinado en Viena pero recibió regalos y homenajes de amigos y discípulos de todo el mundo, entre ellos H.G. Wells e incluso la visita de Thomas Mann. En marzo de 1937 Freud por fin empezaba a comprender que Viena estaba amenazada y que la invasión de los nazis no podría pararse. Su hijo Martin fue detenido durante todo un día y una semana más tarde su hija Anna fue interrogada en el cuartel general de la Gestapo. Estos hechos fueron determinantes para que el viejo y enfermo Freud aceptara marcharse de Viena. Gracias a Marie Bonaparte, princesa de Grecia y psicoanalista, y Ernest Jones, psicoanalista y biógrafo oficial de Freud, consiguió salir del país y refugiarse en Londres. Freud por fin había dado su brazo a torcer y se había marchado de Viena.
El día de su partida Freud firmó una declaración obligatoria en la cual reconocía haber sido bien tratado por el régimen nazi y cuenta la leyenda que al final de la declaración añadió la siguiente frase: «Puedo recomendar cordialmente la Gestapo a todos».
Se instaló en Londres, rodeado por su familia, para vivir sus últimos 18 meses de vida. Durante ese tiempo Freud fue honrado, visitado, reconocido y admirado. Lo visitaron muchos escritores e intelectuales, e incluso, llevado por Stefan Sweig, fue visitado por Salvador Dalí, quien hizo varios croquis de su devastado rostro.
Corroído por el cáncer y desterrado en tierra extraña Freud asistió durante los dos últimos años de su vida al derrumbe y la ruina de lo que había construido: libros quemados, discípulos perseguidos y asesinados, vidas humanas reducidas a la nada.
El 21 de septiembre Freud habló con Max Schur, su médico de cabecera y amigo, recordándole su promesa de ayudarlo a poner fin a su enfermedad cuando llegara el momento. Schur le administró morfina en varias dosis llegando la muerte de Freud por medio de una sedación profunda y continua. Probablemente este sea el primer caso de sedación terminal conocido en Europa.
Freud murió un sábado 23 de septiembre de 1939 en la festividad judía del Yom Kippur.
Fue una figura controvertida en su tiempo y en el nuestro. La mayoría de sus teorías no se sustentan en una base científica sino más bien en sus propias elucubraciones, acercándolo más a la figura del filósofo —figura que él odiaba— que a la del científico. Aun así, nuestra sociedad moderna le debe que nos abriera la puerta al inconsciente y a las enfermedades del alma modernas.
Bibliografía
Freud. En su tiempo y en el nuestro. Élisabeth Roudinesco. Traducción de Horacio Pons. Debate. Barcelons, 2015.