El exilio de los investigadores en ciencias naturales cercenó los avances logrados durante años anteriores. El biólogo Enrique Rioja Lo Bianco trabajaba en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid, compaginando sus clases como maestro, hasta que el exilio le llevó a México donde se convirtió en uno de los grandes investigadores del campo de la hidrobiología. Allí coincidió con otro exiliado español, el entomólogo Cándido Bolívar, presidente de la Sociedad Mexicana de Historia Natural —otrora secretario del presidente Manuel Azaña— y uno de los fundadores de la revista Ciencia. También en el campo de la entomología, Antonio de Zulueta descubrió, trabajando en genética de coleópteros, que de modo general la herencia de los genes estaba ligada al sexo. Este genetista, traductor de la obra de Darwin al castellano, sufrió el exilio interior, fue depurado por el gobierno franquista, acusado de enemigo de la patria y condenado al ostracismo. Incluso su muerte en 1971 fue silenciada por las instituciones, pese a que fue, sin duda alguna, un pionero en el campo de la genética española. También debemos recordar al geólogo José Royo Gómez, exiliado en Venezuela y darwinista confeso, como uno de los pioneros en el estudio de los dinosaurios en la península ibérica.