Lise Meitner, Emilio Gino Segré, Enrico Fermi e incluso Leó Szilárd, cuatro nombres a los que debemos el haber partido el átomo, el fundamento de algunos de los mayores logros y bienes de nuestro tiempo. A Fermi, premio Nobel en 1938, le debemos el primer reactor nuclear del cual Leó Szilárd compartía la patente. Y no solo eso. Leó también poseía el espíritu explorador y valiente de los físicos más avezados. Nada podría haberse conseguido sin los trabajos de Meitner, cuyo equipo fue el que descubrió la fisión nuclear, aunque la Academia de las Ciencias de Suecia no quiso reconocer su nombre con el Premio Nobel. El Premio Nobel de Segré se debió al descubrimiento del peregrino antiprotón, gracias a sus eminentes conocimientos en espectroscopía atómica. Desde la excéntrica figura de Szilárd, de hotel en hotel maleta en mano, a la afable Meitner, premio Nobel injustamente olvidada, pasando por la silueta sencilla y adusta de Segré o la inquieta mirada de Fermi, todos coinciden en otra cuestión: el exilio. Todos ellos tuvieron que huir de la ignorancia y la barbarie, de la violencia, para continuar construyendo un mundo mejor.