A pesar de que tanto Hans Bethe como Edward Teller abogaron por una vida sin bombas de fisión, no podríamos haber encontrado dos figuras más opuestas. El carácter duro, agresivo, de Teller contrastaba con la vena conciliadora de Bethe. Al primero se le recuerda por su imparable camino hacia el éxito, a toda costa. Al segundo, por dirigir uno de los equipos más selectos en el Proyecto Manhattan, en el que también participaba Teller. La nucleosíntesis estelar, el proceso más íntimo que ocurre en las estrellas, le granjeó a Bethe el Premio Nobel de 1967. Teller es también conocido por ser el padre de la bomba de hidrógeno, a pesar de sus públicas quejas al bombardeo de Nagasaki e Hiroshima. A ambos les debemos mucho de lo que sabemos sobre la fisión nuclear, la reacción atómica por la cual obtenemos energía en las centrales nucleares. Pero también la misma que desencadena la terrible destrucción de una bomba nuclear. Y ambos huyeron de sus hogares por miedo, obligados a tomar parte desde los laboratorios en una guerra que no querían.